Nunca has sido más de lo que tenías que ser, no has sido más que un alano de cuajo y raigambre y, sin ser más de lo que tenías que ser, eres más grande de lo que otros sólo pueden soñar. Otrora inmenso, poderoso, rústico y sufrido, ahora, a tu vejez, se te ve frágil y roto, gastado, canoso, un dibujo borroso que, aun desdibujado, conserva ese aire de distinción, ese aire del que tiene empaque y nació con son y duende.

Quejío intemporal que tira pellizcos donde y, sin saber por qué, el alma se duele, quejío que muerde lo emocional y te ajigola. Paso alante cargando la suerte, verdad que hiere con saña y te daña, derechura que quebranta al miedo, valor sereno y seco, tesón y muchos bemoles. Aquí te espera un alano estoico, ven sin tardanza que, siendo dama y vistiendo negra capa, andaré contigo el trecho que me falta.

Jamás rezongaste, jamás eludiste tu herencia genética, siempre presto a la contienda, bravo y corajudo hasta el último hálito. Ni grande, ni espectacular, ni cargado tampoco, algo corto y apretado, denso como el oro, fuerte y elástico como la seda de una bien tejida tela de araña. Tu boca, tu boca ha sido cerrojo que candada a ley fue mandato divino.

Naciste con el mejor sello con el que podías nacer. Tus padres, Cobre y Nazarena de Los Tarantos. Naciste con el sello de Javier Parra y, Los Tarantos entonces no se andaba con lisonjas. Sello de Tito y cabeza de Pantera, cuajo y belleza, solidez y plasticidad.

Mordiste la oreja de un guarro por primera vez contando tan sólo cuatro meses, en Peraleda de San Román y, con diez meses te abrió un guarro un “siete” desde el pecho hasta la oreja. Bautizo de sangre, no hay queja, indolente al navajazo y a la costura. Sobrio, recio, duro como el diamante que has sido. Aquel día te suturó Juan Carlos “El Chichas”.

Un doce de Octubre en un zarzalón  te agarraste a una guarraca que te cosió el pecho a bocados, se deshizo el embroque, cochina que sale del zarzal. Alano que aprieta riñones y da alcance sin requiebros con derechura. Oreja agarrada, jabalina que busca el arroyo, guarra y perro que vuelcan, “Mátala, Isma, mátala”, corazón que late con furia, nudo en el pecho que me añusga, alano inquebrantable, indómito, tragándose la oreja de la cochina, mordiendo a boca llena, patas que levantó del suelo, Ismael que pincha en el sitio, poco hierro, patada certera a la opinel que entra con mango hasta no verse, acero que se parte y guarra que cae, manos dormidas, alano agarrado a ley. Han pasado doce años de aquello.

Cuatro de la madrugada, noche cerrada, son tres las horas andadas, estrépito, bufido y carrera desenfrenada, guarreo incesante, alanos que llegan, “Tranquilos” parece que les dices, “Lo tengo sujeto”. Gorgo, Keylan, Viena y Tizón se agarran sin boladronadas, “Os lo dejo, yo ya he cumplido mi parte”, suelta ese alano buscando aire, no lo encuentra, respiración quebrada, ojos enrojecidos, cuerpo a tierra buscando resuello y frescor, lance acabado, perro cojitranco y extenuado. Han pasado dos años de aquello, dos años del último agarre de un coloso que jamás urdió trapacería alguna que le diera ventaja.

Serio, tremendamente serio. Impertérrito, pareciera que nada pueda amoscarte, no reparas en naderías, seco de carácter, demoledor en la búsqueda, devastador en la carrera y en el alcance, brutal en el agarre. Sencillamente perfecto.

Como alano sólo te puedo dar un nueve en lo funcional, un siete en lo fenotípico y un diez en lo afectivo.

No fuiste melindres, no te azoraste en los catorce años de tu vida, sólo podría definirte como un alano enorme, de una trascendencia incontestable. Alano de fondo inagotable, algo señor y algo truhán, enamoradizo y delicado en el cortejo. No se te resistió perra ninguna, hasta alcanzar la cifra de veintisiete. Había que verte estirado como pollo de pelea, ese rabito alto agitándose con frenesí, esas orejitas plegadas hacia atrás, esa manita dando golpecitos en la espalda de la perrita, como pidiendo permiso, Las perras caían embelesadas y en el primer acto de flojera ya las tenías anudadas. Pobres ingenuas, pensaban darte castigo y se encendían como perras ante tu belleza física y tu canallesca forma de seducción. Alguna pensó en retenerte sin entender que a las almas libres no hay grillete que las amarre.

No diste, ni pediste cuartel en tu larga trayectoria montaraz, son dieciocho las costuras que engalanan tu cuerpo, dieciocho rotos. Rotos en lances de tú a tú, agarres a cara de perro en la cara de un guarro. Brillante en tu forma de trabajar, con un talento natural para atrapar la caza sin avasallarla, siendo ésta, cualidad impropia en los de boca.

La entrega, la honestidad, la codicia y la pasión con la que has vivido y cazado, te elevan a una categoría superior entre los mejores. Tu carácter, absolutamente alejado de  veleidades   y, en más de una ocasión, horadó a más de un galapán que sabiéndose más grande y con más peso, supuso tener ventaja ante la cara de un cochino. Necio y mil veces necio el que así lo pensara, cuando la saliva se torna espumarajos en la boca de un cochino, cuando los jetazos huelen y duelen a sangre, cuando el puerco arrecia en su locura por deshacer la traba y te patea y te muerde con rabia con la idea clara de herirte o arrancarte la vida, entonces, entonces no eres un alano de cincuenta y ocho centímetros y treinta y tres kilos, entonces eres Moreno, Moreno Los Chatos, el de la boca candada como un cepo, Moreno el hijo de Cobre y Nazarena de Los Tarantos, Moreno el nieto de Taranto, entonces hermano mío, te tornas “Enorme”.

Me has dejado frío, como destemplado, arrecío por dentro, con la sensación clara de que una parte de mi vida se cierra con tu partida. Capítulo de vidas hermanadas que finaliza con la naturalidad de las cosas sencillas. Te has ido cuando te tocaba, sin ruido, sin un mal gesto, como sin querer molestar, sin querer zaherir a nadie.

Tu vista y tu oído ya no eran lo que fueron, tu musculación parecía menguar por días y tu osamenta y articulaciones acusaban el paso del tiempo. Los últimos seis años de tu vida padeciste leishmaniosis y, aunque bien tratada y bien llevada, te mermó.

Quiero que sepas que hay una persona a la que le ha dolido sobremanera tu adiós, sin despedirte de ella. Quiero que sepas que a mi niña, nuestra niña, tu pérdida le ha costado lágrimas como garbanzos. Andrea a sus quince años no tiene ni un paisaje en los recuerdos de su vida donde no esté su Moreno, su perro, su hermano como ella te llama. ¿Te acuerdas More? Cuando era un mico y de forma afanada te buscaba la nariz, te tiraba de las orejillas, se te subía por el lomo, y tú ahí, impertérrito, como respuesta un lametazo que la limpiaba la cara y parte de la cabeza. Siempre delicado, atento, siempre vigilante, siempre protector. ¿Te acuerdas cómo se encorajinaba cuando la jeringaba con tu tamaño y, cómo me chanceaba con su reacción colérica en tu defensa? Todo carácter.

Es tremendo el hueco que has dejado en nuestra mujercita. A tu lado ha ido creciendo, a la par que tú envejecías. Viéndola tan mayor has pensado que ya podías irte, que no te iba a llorar a lágrima viva, que no se iba a añusgar con un nudo en el pecho, que no te extrañaría tanto, que se consolaría con Gorgo o Kalesy… Pues no fenómeno, pues no. Se rompió como se rompe algo frágil, delicado, se rompió como se rompe alguien al que le arrancan un trozo de su ser, lamentándolo en gordo. Es lo único que no te perdono, ésta te la guardo.

Sé que en casa te aburrías, todo el día del patio a la estufa, ahora a comer, ahora siesta, otra vez a la estufa. Tu cuerpo no respondía pero tú, en esas siestas interminables, estoy convencido, volabas hacia algún agarre en cualquier sierra donde los cochinos fueran duros y pudieras desplegar toda tu bizarría.

Sé que te has ido con Jara, tu compañera infatigable en mil lances y correrías, tremenda perraca. Desde las Villuercas hasta los Ibores no dejaréis mata, escobón, o zarzal por escudriñar. No templaréis vuestro ánimo, ni os tupiréis de buscar y agarrar bichos.

Me luce saber que te habrás reunido con Balto, ¡¡casi nada!! , menudo trío, todo afición, raza y pujanza. Querido amigo, inestimable compañero, añorado hermano de andanzas montunas, tu leyenda quedará recogida en la memoria de los que te conocimos y en legajos que perdurarán en el tiempo.

Tu partida es acíbar en el roto que me dejas, el toro está en suerte, estocada en todo lo alto hasta la bola, gañafón seco que me daña. Marcha tranquilo con los ecos de una siguirilla de Manuel Torres, que tu paso por la vida, además de vida, ha sido arte.

No sufras por conocer el lugar donde yace, no padezcas en vano. Esté donde esté es leyenda.

Moreno está en el murmullo de los arroyos, está en el campo, está en cada jara, está arañando mi cardio, está en el hueco de su ausencia, está donde el tiempo no cuenta, está en nuestra memoria.